Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.

martes, octubre 10, 2006

Mar de Olivos

La ventanilla pone en marcha un oleaje extraño, continuo. Es un oleaje verde, seco, ordenado en copos redondos. El oleaje se extiende en el horizonte. Mi nariz me delata cierta nostalgia, en lo genético y en lo olfativo. Detrás del vaivén del tren hay historias con rumbo de regreso.

Casi dos décadas después todo parece permanecer en su sitio. La década de los ochenta en ciento cincuenta metros cuadrados que no han notado el cambio profundo de España. Todo sigue en su sitio. Los retratos, los cuadros, los muebles. Todo sigue en su sitio menos los sentimientos de nostalgia de pasado. El pasado de los que se marcharon, dejando estelas de una época rígida, caricaturizada por su aparente orden del ordeno y mando.

Pero tras los que se marcharon, están los que se quedaron. Sin conocer el contacto de la raíz en su base, me dejo imbuir por cada una de sus inquietudes, sus vidas, sus quereres. Y sin quererlo, cada uno forma parte de mí. La distancia se ve superada por la sangre, a la vez que un infinito hilo une lo que la lejanía había separado. Están ahí, forman parte de mi vida.

Y delante de ellos está la persona que en su inevitable amor a todo su pasado, no deja de confundirse, creyendo que el respeto se gana con la figura de la rigidez. Esta persona, que en un desliz confundió el respeto con el miedo, fue la persona que me enseñó a crecer, me sentó a su lado a escuchar música, a leer. Esta persona que bajo el olor agrio de cada lienzo, cada pincel untado en óleo, me enseñó a apreciar el arte, me enseñó a cultivarme de cada página, de cada libro. Me mostró que la palabra y el diálogo son armas capaces de desmontar a cualquiera. Esta persona me enseñó a ser sensible a la belleza, a ser coherente, a ser comprensivo, a ser respetuoso, a ser sincero, a ser honesto, a enfrentarme a mis miedos a través de la cultura. Esto, y tantas otras cosas, son más que suficientes. Mucho más que suficientes, para infundir respeto. Y mientras me enseñaba, no había miedo, sino cariño. Mientras me enseñaba no había rigidez, había comprensión. Y todo esto infunde mucho más respeto que el miedo. Un respeto tan grande, como el de un hijo, a su padre.

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