Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.

domingo, octubre 22, 2006

IMPERFECCIÓN

Dedicado a los que ahora mismo se están preguntando por qué están junto a la persona que quieren.


Un faro. El haz de luz da vueltas, volviéndose intermitente para quien lo observa desde lejos. Se enciende y se apaga a cada segundo. Pienso que nadie es perfecto. Cada uno intentamos buscar un faro que nos guíe. Nos pasamos buena parte de nuestras vidas buscando la luz de un faro. Podemos dejar de pensar y dejarnos llevar. Podemos cambiar de faro, o de objetivo. Podemos remar e ir más rápido a nuestro destino. Podemos equivocarnos y perdernos. Incluso podemos pensar en fabricar un motor que nos lleve más velozmente al lugar que deseamos.




- Te quiero.

El susurro sonó inaudible. Los pensamientos de los que uno se avergüenza, son difíciles de transformar vibraciones de cuerdas vocales. Acostados, seguía escuchando su respiración, acompasada. El ritmo de sus pechos, marcaba el tiempo que trascurría. Podía oler su pelo. Se sabía de memoria los lunares que se alojaban en la piel, que ahora rozaba, al ritmo de su vida.

- Te quiero

Esta vez, las dos palabras fueron un poco más sonoras. La respuesta se transformó en un remolonear de los brazos, agarrando con fuerza el brazo que apoyaba, sobre el que en ese instante, era su mundo.

No podía pensar en otra cosa. Maldecía el sentirse tan esclavo de su sentimiento. Estaba cansado de sentirse gobernado por sus pensamientos. Sabía que el amor se alejaba de la posesión y el paternalismo, pero ambos defectos eran cultivo de su forma de pensar. Es irracional, es incomprensible. Pensó profundamente, en lo mucho que era capaz de dejar de lado con tal de permanecer a su lado. No tiene sentido. Si amar significaba renunciar, él sabía que aquél, no era el camino.

- ¿Éstas despierta?

Ésta palabras fueron respondidas por un gesto inexpresivo:

- Ahora sí, pero me gustaría descansar. Anda, duérmete.

Ves, había vuelto a fallar. Era un pesado, era un obsesivo. Nuevamente maldijo su necesidad de sentirse querido. Parecía no tener límite. Se imaginó adicto a su sentimiento. Sabía que pronunciarlo era renunciar, era desnudarse. Por eso le costaba definir su estado de ansiedad. Le costaba definir su pulsación de corazón permanente al permanecer junto a ella. Se veía en lo alto de una colina, empuñando un gran mástil con una bandera blanca. Frente a un ejército impasible. Se rendía, se vencía, se moría. Pero en lo alto de la colina estaba a su lado. Bastaba sólo eso.

Daba igual la jeringuilla, daba igual el lugar, da igual el momento, la compañía o la dosis. Su compañía era su necesidad, su roce, su tacto, su saliva, su respiración, son la dosis, y la sobredosis la única salida a su obsesión.

- ¿Me quieres?

Naturalmente, el miedo a la respuesta de la pregunta, hizo que la cuestión no pasara de pensamiento. El miedo al no, el miedo al depende era tan fuerte, que jamás sería capaz de formular esa pregunta.

Nuevamente imaginó el resto de su vida a su lado. Del mismo modo hizo lo mismo pero sin su compañía. Era inútil. Se sentía cojo, manco, ciego. Era incapaz de imaginarse otro destino que el del amanecer al día siguiente abrazado a su costado, oliendo su pelo. Y por eso, por esta razón, y por este pensamiento, la sensación de esclavitud se hizo tan grande que cogió fuerzas de flaqueza para pensar en su autonomía, tan ficticia, como indeseada.

- ¿Eres feliz a mi lado?
- ¿Soy feliz a su lado?


Y los pensamientos se hacían cada vez más inaudibles. Sí, soy feliz a tu lado. Se imaginó el tono de su voz, se imaginó el suyo mismo, pero no sonaban veraces. Sólo necesitaba su espacio. Y la posesión es enemiga del espacio propio, y el paternalismo se lleva a matar con el pensamiento propio.

Debo ser yo mismo, debo ser fiel a mí mismo. Necesito tener mi tiempo. Necesito mis drogas en forma de palabras. Necesito mi familia, necesito mis amigos. Te necesito. Necesito emborracharme. Necesito sentirme vivo. Necesito llorar una vez a la semana, como poco. Necesito escribir, dos veces a la semana como mínimo. Necesito sonreír a cada chiste tonto. Necesito emocionarme al paso de cualquier ambulancia. Necesito hacerme fan de cualquier causa que esté perdida. Necesito llorar en el cine. Necesito revolverme las tripas al ver cualquier injusticia. Necesito tener un libro en la mesilla. Necesito tener fotos de todos los momentos felices de mi vida. Necesito llorar a solas. Necesito escuchar cada música tocada con sentimiento. Necesito compartir mis pensamientos. Necesito saltar y gritar desaforadamente. Necesito abrazar a los que quiero. Necesito hablar de lo que pienso. Necesito llegar a mi casa extenuado por haber exprimido el día. Necesito mi tiempo. Necesito acordarme de cada minuto a tu lado. Necesito sentir la necesidad de seguir buscando. Necesito que mi vista se pierda en el infinito, después de cada desayuno…

Eran tantas necesidades, que se sintió con los talones apoyados en el borde de un precipicio, mirando hacia la distancia al suelo, lejano. Se sintió en el equilibrio del que depende de una ráfaga de viento. Se sintió dueño de su lado. Del lado del abismo. Y del lado del que tenía apoyado los talones.

- Necesito…

Y esta palabra se volvió vibración sonora perfectamente audible en la habitación. Ella se giró en la cama, se dio la vuelta, y acariciando su mejilla, dueña de su propio sueño, le besó. Ella, por fin respondió:

- Te quiero

Y dejó su mano apoyada sobre su costado. Su costado, que no paraba de subir y bajar al ritmo de su pensamiento. Entonces, sólo entonces, entornó los párpados para dejar que su mente recorriera cada uno de los momentos que le hacían felices, y se dispuso a soñar. Al ritmo de las respiraciones que inundaban el silencio. Al ritmo del faro que cada segundo se encendía y se apagaba, se encendía, y se apagaba…

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