Podrían pasar minutos, horas. En el CD del coche sonaba la misma canción, repetida una y otra vez, durante las dos horas que duró el viaje. Podrían cruzarse millones de avispas en el camino, me sabía de memoria la carretera. Pero no, algo en mi interior no dejaba de hacerme sentirme extraño, incómodo. Nos mentimos cuando nos obligamos a creernos dueños de nuestros propios sentimientos. Había tratado de imaginarme en el mismo lugar, en el mismo sitio, justo un mes después. Sólo. La literalidad de la palabra sólo alcanzaba su significado más crudo, más doloroso.
En mi cabeza se mezclaban la alegría de verla envuelta en su ilusión, con la melancolía de dejar atrás lo que sin notarlo, había sido una parte más de mi vida diaria. En diez horas al día, da tiempo a conocer tanto de una persona… Podría reconocer la ilusión, podría reconocer su sonrisa, podría reconocer su comprensión, esfuerzo, podría defender una capacidad interminable de dedicación y optimismo. Y todo esto, verlo transformado en realidad, me hace sentirme tan feliz…
Por eso, hay distancias que son más largas que la que marcan los mapas, y hay personas que calan hondo, tan hondo, que te hacen sentir dolor, cuando algo les duele. Y te hacen sentir alegría, cuando son felices.
No te hace falta suerte, te bastas para no necesitarla. Gracias por acompañarme, gracias por ayudarme, gracias por todo.
Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.
jueves, enero 04, 2007
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