Lo que siempre admiré fue su manera de escribir. Cogía el lápiz de manera perfecta y plástica, como si estuviera acoplado en su mano. Al trazar las líneas de un dibujo o al escribir, el abundante vello que tenía en los dedos rozaba el papel o la mesa, haciendo un ruido increíble. Parecía que el dibujo salía de ese ruido y no de sus manos. La tonalidad de ese ruido definía el grosor de la línea, su trazado y su color. Era como algo mágico. A veces cerraba los ojos y escuchaba el sonido que hacía su mano al pintar algo y sentía como bajo sus manos salía el dibujo perfecto, la solución a la duda que le había planteado, la representación de su pensamiento. Había días en que intentaba imitar su trazado y sus dibujos, pero no podía. Mi mano era torpe y no lograba nada ni tan siquiera parecido.

1 comentario:
Tienes razón, hay personas que cogen el lápiz de forma diferente, como si fuera una extensión de sí mismos. ;)
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