Paleta de grises (cap. I)

Comenzaba a chispear las primeras gotas de lluvia sobre el cristal. Desanimado por el restraso del tren, comenzó a escudriñar los gestos de las pocas personas que quedaban en el vagón. El olor mezcla de sudor y esfuerzo impreganaba los asientos que antes estuvieron ocupados por los trabajadores incansables, de turnos de doce horas y comidas rancias y escasas. La guerra no había dejado más que un reguero de caminos mustios, desgastados, sin vida. Mirar por la ventanilla era asomarse a la expresión de la desilusión de los campos, a la soledad de los pueblos carcomidos por lo que hace sólo un año era la locura de dos pensamientos dentro de un mismo país. Despegando de su bolsillo el papel de periódico, grasiento, pudo sacar un trozo de queso, de aspecto mohoso, que no dudó en llevarse a la boca. Con la boina calada, la camisa de cuadros, plena de zurcidos, casi los mismos zurcidos que llevaba en el corazón, miraba con ojos entornados, a través de su propio reflejo, el cartel de la estación que anunciaba su parada. Barcelona. Era ya un experto en empezar su vida desde cero, pero esta vez notaba una extraña sensación de que todo iba a cambiar...

Escuchando... Quique González - Vidas Cruzadas