Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.

domingo, enero 29, 2006

Alientos, derroches, enigmas. (Capítulo I)

El avión salía con retraso. Supo desde el primer momento que aquél no iba a ser su mejor día. No había desayunado y su estómago le pedía a gritos algo sólido. No estaba seguro de lo que era peor, si el olor a mustio y agrio que exhalaba su aliento de la noche anterior, o su tos rasgada con la que llenaba el aire que respiraba la terminal entera. Hacía tiempo que no echaba el freno a los excesos y los hechos. El tiempo giraba hacia su alrededor manteniendo el transcurrir de cada minuto sin que notara el paso del mismo.

Cómo conseguir reunir el dinero suficiente, para volar, ir muy lejos. Lo había meditado hace ya un año. Le atraía la idea de marcharse a vivir a otra parte del mundo. Siempre fue culo de mal asiento, y desde que sintió haber completado un ciclo, aún más. Caminaba, por las calles conocidas, la gente a su alrededor parecía ser siempre la misma, y sentía que las inquietudes a su alcance eran insuficientes para su espíritu de “búsqueda del porqué de todo”

No le dolía nada. No le dolía alejarse de todo. Porque todo le daba igual. Era el sentimiento de haber nacido en el lugar incorrecto, dentro de un ambiente ajeno a él. Apenas dejaba familia, los amigos eran circunstanciales, no tenía pareja a quien rendir cuentas, El porqué del último año, era una historia muy larga...

Para que sirve rendirse, pensó, sino para tirar todo por lo que has luchado por la borda. Existen muchos especialistas en empezar desde cero, pero ésta es una fea costumbre que lleva a una calle sin salida. Lo único bueno de imaginar cómo será el futuro es que seguro que no vas a acertar, por lo que se pueden ir descartando los pensamientos como sucesos futuros. A los especialistas en caerse por su propio peso, les regalaría un espejo para mirarse a ellos mismos.

En la sala de espera una señora con aspecto balcánico reprimía su hijo, voz en grito. A su lado un sacerdote leía detenidamente un libro. En la maleta sólo llevaba ropa de invierno, el resto lo compraría según lo necesitase. Mientras anunciaban su embarque, pensó en la posibilidad de comprar en Brasil un terreno y cultivarlo, una pequeña casa, vivir del campo. Huía de los humos de Madrid, convencido de haber escogido la mejor de las decisiones. Se había asomado al abismo que te hace ver que no todo es eterno, y que los cambios conllevan perder instantes y personas con las que alguien siempre cuenta. Miró más allá y sólo vio inseguridad y temor a quedarse sólo, a no evolucionar, a estancarse, a no saber que hacer ni en qué ocupar su tiempo. Y sobre todo ese miedo, miedo al futuro, a la soledad, a no saber afrontar las realidades que le venían, fueron los que le empujaron a realizar el viaje que estaba a punto de comenzar.

“Vuelo IB 6847 con destino Aueropuerto Juscelino Kubitschek, Brasilia, embarque por puerta 47”

Se levantó, suspiró, y se encaminó a la puerta de embarque, donde una amable azafata con aspecto de haber salido la noche anterior y no haberse acostado, le rasgó el billete.

“Ya está”, “No hay vuelta atrás”. Pensó.

En el avión se sentó junto a una pareja de recién casados, mapas y guías en mano. Tenían la sonrisa de la felicidad de ilusión de los momentos que con toda seguridad acabarían por destrozarles la vida a los dos. No lo podía evitar pensar así. Era pesimista por naturaleza, era pesimista por convicción.

(continuará...)



Escuchando - Carlos Chaouen - Pintando el cielo

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