Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.

viernes, febrero 24, 2006

Episodios de la infancia (Cap. I)

Nunca me pregunté porqué me gusta el baloncesto. Es más, el baloncesto me escogió a mí. Cuando cursaba primero de la antigua E.G.B. quise apuntarme al equipo de fútbol de clase. Éramos el 1ºC, y en el colegio había dos competiciones, fútbol y baloncesto. Había que escoger un nombre para cada equipo que empezara por C, por aquello de diferenciar las clases. El equipo de fútbol se llamaba “Cobras”, el de baloncesto “Cebras”. Ya sabéis, el fútbol era el deporte mayoritario, y además pertenecer al “Cobras” era tener prestigio y fama, y a los siete años, recién entrado en el colegio, eso importaba mucho. Por fín llegó el día en que se seleccionaron los jugadores.

El capitán del “Cobras” se subió al estrado para elegir a los que a partir de ese día jugarían todos los sábados la liga. Me había esforzado en cada recreo, había sudado y corrido, había luchado. Yo era muy alto para mi edad, y la verdad es que no era muy hábil con el balón en los pies. Además el capitán del equipo era el jefe de los “malotes” de la clase, perseguidores sin descanso de la mofa y agravio de los que éramos más tímidos. Y ocurrió lo que me temía. No entraba dentro de los planes del capitán del equipo de fútbol... Sin tiempo para asimilar mi desilusión, se subió al estrado el capitán del equipo de baloncesto. Era un chico tímido, bajito, con gafas de pasta. Comenzó a elegir a sus amigos, todos con sus gafitas, su lágrima fácil y su inseguridad. Un chico que se sentaba a mi lado, me empujó y me dijo que para jugar al baloncesto, había que ser alto, que lo había visto en la tele, y que yo era muy alto. Razoné su lógica aplastante y como no tenía ganas de quedarme en casa los sábados, me decidí a entrar en el equipo de baloncesto. Si pusieran enfrente a los integrantes de los dos equipos, los “cobras” y los “cebras”, sería una foto perfecta de la segregación social de las aulas de los años 80. Por un lados los malotes, los graciosos, los que se dedican a reírse del prójimo, regulares estudiantes y buenos deportistas, pesadilla de profesores, trastos por naturaleza. Y por otro lado estábamos los “cebras”, con nuestras gafas, nuestros granos, nuestras caras rechonchas, nuestras pantorrillas blancas y nuestros libros. Así comenzamos a reunirnos los viernes por la tarde para botar esa pelota naranja con granitos. Éramos seis. Sólo tres sabían jugar, y fueron los que nos enseñaron a los demás. A mí me dijeron que sería el “pívot” del equipo. La verdad es que nos reíamos mucho con esas palabras nuevas para nosotros. “Base”, “Alero”, “Rebote”, unido a la perfecta jerarquía del juego del baloncesto, con sus posiciones definidas, sus reglas y ese cuadrito mágico, donde siempre que aciertes al centro, anotas canasta. Comenzamos perdiendo el primer partido contra 1ºA “Aviones”. Pero en el segundo nos empezó a ir mejor, gracias a que cada viernes ensayábamos jugadas para que yo me quedara sólo y aprovechara mi altura para anotar canasta.

Desde entonces, cada sábado los “cebras” cosechaban triunfo, tras triunfo. Éramos una mezcla de altos y bajos, gordos y flacos, buenos y no tan buenos, que con nuestras canillas y brazos al aire, ganamos la liga ese año. Y nos llevamos la copa al aula. Aquel año los “cobras” sólo pudieron ser segundos en su liga. Mientras, los cebras celebramos con pizza y refresco el triunfo tan merecido. Y a los siete años ya teníamos el prestigio y la fama a nuestro lado.



PD: No me busquéis en la foto, que no salgo, que la foto la he pedido prestada de "otra" página

2 comentarios:

jAVieR dijo...

Cómo me alegro de que os fuera bien, parece, según lo cuentas, una película de los aLBÓNDIGAS dónde el empollón se acaba llevando a la tía buena.
Realmente no parece la vIDA...

Anónimo dijo...

QUé bien sienta ganar y mejor si quedas por encima de los "listillos malotes"
Un besito